En los tres primeros años de vida del niño, tienen lugar los tres grandes pilares del ser humano: andar, hablar y pensar. Estos logros vienen determinados por el ambiente en el que el niño está inmerso. Sólo el contacto afectivo íntimo y directo con otro ser humano (figura materna) hace que en el niño se despierten de forma natural estas tres potencialidades. El pequeño no tiene las fuerzas sociales a disposición todavía como para poder asumir un colectivo de iguales. El ambiente de hogar y de familia es el núcleo social ideal para el menor de 3 años; en realidad es el único que puede asumir dignamente. El amor y el afecto son absolutamente imprescindibles a esta edad.

El niño es un gran órgano sensorial que se impregna imitando y conformándose a través del ambiente. Lo motriz, base del desarrollo del lenguaje y del pensamiento, se nutre de la acción, del intercambio del propio cuerpo con todo lo físico. De ahí que, por encima de todo, debe primar que el niño pueda desarrollar lo más posible, a través del juego libre, su propia voluntad de actuar. Lo que el niño interioriza del ambiente lo exterioriza a través de su libre actividad, y de sus acciones en el mundo físico se generan las bases necesarias para la posterior transformación en habilidades de orden superior.